deforestación

PAZ para cuidar al planeta

A un año del inicio del conflicto militar en Ucrania, más que seguir hablando de guerra, es muy importante que los ciudadanos del mundo, exijamos a los países ricos del hemisferio norte que se negocie la paz.

Además de los miles de muertos y heridos que se han dado, así como los millones de refugiados y la enorme destrucción de infraestructura, este conflicto ha afectado a todo el mundo de una forma directa o indirecta, generando una enorme cadena de impactos que, para variar, siempre daña de mayor manera a la gente más pobre de nuestro planeta.

Aclaramos que nuestra solicitud es que no solo este conflicto militar termine, sino todos los otros que están sucediendo, con menos suceso, pero no con menos drama, en otros lugares del planeta.

Como ciudadano de un país como Costa Rica, donde se eliminó el ejército hace más de 60 años y que apostó por la negociación, el diálogo y la institucionalidad internacional para negociar la paz, creemos firmemente en el especial derecho humano de pedir que acabe la guerra y que se negocie la paz.

Necesitamos atender nuestro planeta: la petición de paz no es solo para que la grave crisis económica derivada de la guerra, y que afecta de una u otra manera a todos, termine de una vez y permita que exista un alivio económico y una posibilidad de reactivación en medio de un acúmulo continuo de vicisitudes sin fin.

La petición de paz es un grito desesperado por nuestro planeta y la vida de la Ecosfera terrestre.

En medio de la guerra, los países ricos del hemisferio norte han puesto “en pausa” su preocupación por el ambiente. Sus prioridades han cambiado.

Las armas, la destrucción y las sanciones parecen ser lo más urgente, como si el deterioro de la Ecosfera terrestre, cada vez más acelerado, o las necesidades de la gente más pobre como el hambre, la ayuda para la salud y la educación, también pudieran ponerse en pausa.

Algo absolutamente ilógico e incomprensible, en especial si pensamos que en esos países ricos se encuentran las universidades e institutos de investigación más prestigiosos y avanzados. Allí se encuentran las mentes más preclaras y capaces. Y a pesar de todo eso, se está descuidando nuestro planeta de una forma alarmante.

La salud de la Ecosfera terrestre es crítica: como hemos señalado previamente (www.allan-astorga.com) la salud de nuestra Ecosfera terrestre se encuentra muy dañada. Los principales indicadores o límites planetarios están en estado de peligro, en la zona roja o muy cerca de ella.

Los bosques y los ecosistemas siguen desapareciendo a una velocidad cada vez más rápida, la vida del planeta desaparece en medio de la séptima gran extinción de especies que se inició con el rápido aumento de la población humana hace poco más de 200 años, los insectos desaparecen y con ellos los polinizadores que son vitales para la producción agrícola.

El agua dulce y fresca, tanto superficial como subterránea, está disminuyendo o se está contaminando rápidamente como producto del intenso uso de agroquímicos y pesticidas en la agricultura.

Los residuos sólidos y las aguas residuales de las ciudades contaminan los ríos, los suelos y las zonas costeras en una tasa cada vez más creciente y que se apareja a la velocidad del crecimiento poblacional y del consumo en los países del tercer mundo.

El creciente quemado de combustibles fósiles (carbón, petróleo, gas natural) y de madera en todos los países, ricos y pobres, así como la actividad industrial sin control ambiental, continúan contaminando el aire de las grandes urbes del planeta. Urbes donde cada vez vive más gente que abandona el campo y busca la ciudad en espera de mejorar sus condiciones de vida.

Los incendios forestales, cada vez más catastróficos siguen dañando no solo los bosques tropicales, sino también los bosques de climas templados y boreales. Nuestros sumideros de carbono y de gases de efecto invernadero, lejos de estar creciendo, están disminuyendo a una velocidad acelerada. El permafrost de las zonas boreales sigue aportando, en tasa creciente, metano a la atmósfera del planeta y con ello agravando la situación.

Los océanos también están muy contaminados. En 50 años han perdido la mitad de la vida que albergaban. Los desechos sólidos provenientes de los continentes, principalmente los microplásticos y las sustancias químicas, han alcanzado todos los mares y han hecho que su calidad de agua disminuya, así como su potencial para absorber dióxido de carbono, con lo cual la situación planetaria se agrava.

Desde nuestras casas, estamos contribuyendo, sin saberlo, a dañar los océanos del planeta que son nuestra principal esperanza de vida. Generamos desechos sin estar claros que éstos están llegando al mar y consumimos productos del mar que no son verdaderamente sustentables.

La Crisis Climática se agrava cada vez más: independientemente de que exista guerra o no, el deterioro de nuestra atmósfera planetaria y el cambio climático se sigue dando. Con la guerra, la cantidad de emisiones de gases de efecto invernadero se ha incrementado, con lo cual se sigue agravando el calentamiento global.

Resulta absolutamente paradójico que en los países ricos del hemisferio norte las prioridades hayan cambiado tan rápidamente. Se han incrementado los presupuestos militares y muchas de las políticas en tema de energías renovables y cambio climático se están cuestionando muy seriamente. No tanto por sus poblaciones, sino por sus autoridades que parecen estar confundidas sobre qué es lo correcto y qué no lo es.

Lo más grave de todo es que estamos avanzando hacia un punto de no retorno en el tema de las emisiones de CO2 y el límite crítico de un aumento de la temperatura de la atmósfera del planeta en 2 grados respecto a las temperaturas preindustriales (pre Antropoceno). Ese límite se encuentra cercano (2030 – 2032). Por eso, resulta hasta irresponsable que se esté gastando el tiempo en algo tan sin sentido como una guerra que ha desencadenado una crisis económica que retarda aún más la toma de acciones concretas.

Tenemos que enfocarnos en los verdaderos objetivos planetarios: nuestro deber es pensar en el mundo que estamos heredando a nuestros niños y jóvenes. Debemos enfocar nuestros esfuerzos en realizar acciones efectivas y concretas por la restauración del equilibrio de la Ecosfera terrestre y en la lucha por ralentizar la Crisis Climática. Esto, mientras al mismo tiempo, nos esforzamos por procurar el progreso humano sustentable de nuestra civilización.

Se trata de tareas vitales y para las cuales no hay posibilidad de postergación. A nuestra generación le corresponde esta tarea vital: “salvar la vida de la Ecosfera terrestre” y no promover su destrucción.
Todos y cada uno de nosotros tenemos la posibilidad de incidir y de hacer algo. Mantenernos pasivos y a la espera de que las cosas mejoren por si solas, no ayuda. Debemos llenar de esperanza nuestro futuro. Todavía podemos hacer mucho por nuestro planeta.

Estrategia para un problema ambiental

Las zonas de montaña comprenden aquellos terrenos de relieve escarpado a fuertemente escarpado, donde el suelo presenta aptitud forestal y significativas limitaciones para el desarrollo de actividades agrícolas e, incluso, para otro tipo de actividades humanas. También puede incluir terrenos que no presentan ninguna aptitud forestal o para actividades agrícolas de ningún tipo.

En términos técnicos, para distinguir las zonas de montaña que presentan esas limitaciones, tanto a nivel internacional como nacional, se han establecido estándares para identificarlas, y así disponer de criterios para definir usos del suelo acordes con su condición técnica.

El concepto de Capacidad de Uso de la Tierra es uno de esos estándares. Dentro del mismo, se reconoce el de la Categoría de Capacidad de Uso de la Tierra VII, uno de cuyos factores críticos corresponde con la pendiente, que es de 75 % o más, es decir, más de 60° de inclinación (Decreto Ejecutivo No. N° 23214-MAG-MIRENEM ) de 1995.

La legislación ambiental en Costa Rica, emitida después de la Cumbre de Río, en la década de los años noventa del siglo pasado, estableció dos marcos jurídicos que conducen a reforzar el hecho de que las zonas de montaña alta, entendidas éstas como aquellas con categoría VII (y también de categoría VIII), deben, por su naturaleza de aptitud forestal, estar recubiertas por bosques naturales. Ese marco jurídico establece también, por medio de la Ley Forestal del año 1996, que se prohíbe el cambio de uso en zonas de bosque de propiedad privada, pero deja abiertas algunas excepciones para el desarrollo de obras de infraestructura, como por ejemplo, en su inciso a), para casas de habitación y actividades ecoturísticas, entre otras.

Esta excepción no está definida apropiadamente en la Ley, pues no se establece el porcentaje del terreno que se puede utilizar para esos fines. Tampoco se establecen lineamientos sobre si sobre ese porcentaje se puede hacer tala rasa, o si por el contrario las obras deben integrarse dentro del ecosistema boscoso (que es lo que la ley forestal protege), cortando únicamente los árboles absolutamente necesarios, y sin hacer desaparecer el ecosistema boscoso.

Dentro de este marco, sería de esperar que las zonas de montaña alta de Costa Rica, como por ejemplo, las que rodean la Meseta Central, deberían encontrarse cubiertas con bosques naturales. Sin embargo, esto no es así. Los bosques están segmentados, pues hay numerosas áreas donde ya no hay árboles. En su lugar se presentan potreros y en menor proporción, algunos cultivos.

Bosque que debió mantenerse. Esos bosques naturales fueron eliminados en décadas anteriores a los años noventa del siglo XX, por diversos motivos: la extracción de madera, la implantación de zonas de ganadería que tanto se promovió por el mismo Estado en los años setenta, el desarrollo de actividades agrícolas, o bien, una combinación de todos esos factores. El resultado es uno, que se eliminó el bosque donde no debió, desde un punto de vista técnico, haberse eliminado.

La eliminación del bosque en terrenos de alta montaña tiene consecuencias importantes. Aparte del efecto paisajístico, la no presencia de cobertura boscosa en zonas de alta pendiente inicia una cadena de impactos que incluyen: degradación y erosión de las capas de suelo y exposición paulatina de las rocas del subsuelo superior (desertificación), desarrollo de deslizamientos, pérdida de capacidad de infiltración de agua del terreno y afectación de nacientes y manantiales, entre otras más. Este proceso es paulatino, pudiendo perdurar por varias décadas, con el agravante de que no solo se limita al área que no tiene bosque, sino que se puede extender, debido a las condiciones geológicas presentes, hacia las zonas con bosques, provocando deslizamientos y deterioro de esas áreas.

En el caso de la Gran Área Metropolitana, donde se localiza la meseta central, y que cubre un área de 1.778 km2, los resultados obtenidos por los estudios del Plan Regional Urbano de la Gran Área Metropolitana (PRUGAM) comprueban que esta situación representa un problema ambiental que requiere una estrategia de solución. El análisis de los resultados para la GAM deja ver que el total de área de Capacidad de Uso de la Tierra VII corresponde con 647,4 km2. De ese total, se presentan 300,1 km2 cubiertos con bosques y 347,3 km2 no cubiertos con bosques (potreros, cultivos y en menor proporción obras urbanas). Si definimos como Índice de Pérdida de Bosques (IPB) la relación entre esas áreas y si lo expresáramos en porcentajes, concluiríamos que en el caso de la GAM existe un 53.4 % de ausencia de bosques.

Si comparamos esta situación con una desagradable enfermedad, que popularmente llamamos “sarna”, podríamos afirmar que en las montañas que rodean la Gran Área Metropolitana se presenta el efecto del “Lomo del Perro Sarnoso”, en un estado bastante avanzado de deterioro, pero curable si tomamos las medidas del caso.

Tala y planificación. Como puede verse, en el caso de la PRUGAM, el índice de pérdida de bosques requiere ser atendido a la hora de establecer la planificación regional hasta el año 2030. Como parte de esa planificación se debe tomar en cuenta que para los terrenos donde hay bosque, el pago por servicios ambientales es de aproximadamente $60 por hectárea al año, y que el proceso de “conurbación” en la GAM está llevando a que se planteen construcciones dentro de esos terrenos que son en su mayoría de propiedad privada. Esto por cuanto, en muchos casos, ya existe red de infraestructura vial y de servicios, que el mismo Estado ha introducido.

Si a lo anterior sumamos el hecho de que le Ley Forestal, con sus excepciones en el artículo 19, da cabida a ciertos usos del suelo no forestales, resulta que tenemos sobre la mesa una situación que requiere de decisiones y soluciones inteligentes. La premisa fundamental debe ser la protección de los bosques todavía existentes y la recuperación de los terrenos y del bosque (y sus ecosistemas) en las áreas sin bosque y degradadas ambientalmente por procesos erosivos.

Cómo financiar esta enorme tarea, con la ayuda de los propietarios de esos terrenos privados, requiere de una estrategia de varios pasos que debe ser objeto de discusión y análisis abierto. Este tema será objeto en una segunda parte de este artículo.